sábado, 5 de noviembre de 2016

El Iro romano: agua, tierra, fuego y aire

Ilustración sobre la organización comercial desarrollada en torno al río Iro.


La existencia de hornos en ambas márgenes del río es una muestra de la importancia que tuvo la industria alfarera


IRO XXI | CHICLANA

En pocas ocasiones el hombre ha vivido tan vinculado al río Iro como lo hizo en época romana, sobre todo hacia el cambio de era, entre los siglos I a.C. y I-II d.C., cuando Chiclana (Cappagum o Cipia, según Ceán Bermúdez; Baesippo, según Jerónimo de la Concepción; e Ituci para otros), pertenecía al Conventus Gaditanus. No podía ser de otra manera si del comportamiento del Iro, con sus subidas y bajadas (dependiendo de la marea) y sus periodos de estiaje y crecidas, dependía el destino de la empresa comercial. 

Por esta vía fluvial navegaban las embarcaciones, que cargadas de pesados contenedores cerámicos (hoy llamados ánforas) partían hacia las diferentes provincias del Imperio romano. En éstas se envasaban productos como las salazones, el garum, el vino, el aceite y otros muchos frutos que se obtenían en nuestra tierra. 

La existencia de gran cantidad de alfares y otras estructuras constructivas existentes en ambas márgenes del río y a lo largo de su recorrido, evidencian la importancia del mismo como vía de comunicación, comercio y transporte. Los alfares hallados en la margen izquierda como La Esparragosa, Cerro del Castillo (Calle La Plata, Calle Castillo y Calle Convento), Calle La Fuente, y en su margen derecha, como El Fontanal, Casa de Huertas, calle Sor Ángela de la Cruz y Carmen Picazo son claros testimonios de la actividad económica y productiva existente en esa época.

La posibilidad de utilizar la navegación fluvial como medio de transporte hacia el interior de la campiña y, en sentido contrario, hacia la Bahía de Cádiz, unido al hecho de la existencia de numerosos depósitos de arcillas, de muy buena calidad, en ambos márgenes del río, fueron factores que hicieron posible la proliferación de talleres dedicados a la producción de envases cerámicos estandarizados en la Chiclana romana que marcaron, sin duda, el desarrollo económico y urbanístico de la misma.

La importancia de la industria alfarera existente debió de ser notoria, si tenemos en cuenta que se conoce la existencia de hornos desde el Cerro del Castillo hasta la calle La Fuente e incluso al otro lado de río (calle Sor Ángela de la Cruz y Carmen Picazo). En definitiva, la producción de contenedores para el comercio nos desvela, de algún modo, la abundancia y, al mismo tiempo, la existencia de una organización comercial muy importante y desarrollada para la época. En base a estos argumentos algunos investigadores defienden que fue Chiclana uno de los ejes básicos de la industria salazonera, junto a Puerto Real y San Fernando, de la Bahía de Cádiz en época Imperial, si bien habría que tener en cuenta otros productos como el vino y el aceite.

El hallazgo de un potente muro, aunque de pobre factura, fechado en época tardorromana en la margen izquierda del río, en la Avenida de Reyes Católicos y la existencia de una calzada en las proximidades, nos hacen pensar en la existencia de unas instalaciones portuarias y un importante viario relacionado con esta industria alfarera. 


¿SABÍAS QUÉ?
  1. Por los ríos solían navegar embarcaciones pequeñas del tipo scapha, que además solían ser auxiliares de las naves mercantes y las de guerra, de casco redondeado, alta popa y movida con remos o slatta, de casco redondeado, fondo plano, también propulsada por remos.
  2. El Cerro del Castillo se convierte a partir de la época romana en una zona industrial, dedicada a la fabricación de diferentes vajillas cerámicas (cerámica común: tapaderas, lebrillos), sobre todo ánforas (desde el s. I a.C. (Dressel I, C2b) hasta el siglo II d.C. (Dressel 7-11, Beltrán IIA y IIB) y siglo III d.C. Dressel 14).
  3. Las ánforas suelen llevar marcadas o pintado el alfar del que proceden, el contenido y destinatario.
  4. En el Cerro del Castillo se conservan los restos de un horno romano de ánforas del siglo I d.C.
  5. En Roma existe un monte llamado Testaccio formado por fragmentos de ánforas que llegaron allí entre los siglos I-III d.C. La mayoría proceden de la Bética y algunas de Gades.
Leer en EL PERIÓDICO DE CHICLANA. Nº 71. Pág. 19

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