Llegado el otoño, el agua del río discurre con mayor velocidad y presenta tonos marrones ● Este año se antoja difícil que el río nos dé alguien disgusto en forma de riada ● Las mayores escorrentías se producen con la tierra ya empapada
IRO XXI | CHICLANA
Durante los meses del otoño y del invierno, las miradas al cauce del río Iro se hacen más constantes por parte de la ciudadanía, e incluso estas ojeadas suelen tener mayor celo cuando se contemplan las marrones aguas, “aguas de monte”, que se deslizan sobre la superficie y creada por las mareas camino de la mar al drenar las partes más altas de su cuenca hasta Medina. Rutinariamente se observan tanto la velocidad a la que se desplazan, así como el nivel máximo que hayan alcanzado. El objetivo no es otro que barruntar las posibilidades de que el río se salga de madre.
No obstante, este año de 2017 es difícil que el río nos de algunos de los disgustos a los que nos tiene acostumbrados con sus grandes avenidas o riadas. Estamos ya con el mes de septiembre mediado y aún no ha caído ni una gota de agua, ni en los alrededores de nuestro término ni en la parte alta de su cuenca por los campos de Medina, y, lo peor, sobre todo para el campo, es que no se prevén chubascos durante este mes de septiembre.
Las grandes avenidas de nuestro río casi siempre han acontecido a finales del otoño, concretamente las más desmesuradas que se produjeron en el pasado siglo XX fueron la del año 1920, que sobrevino el 10 de diciembre, y la de 1965, que, como muchos recordarán, ocurrió el 19 de octubre. Estas grandes y dañinas riadas en nuestro río, no suelen ser producto de una tormenta ocasional, sino de muchos y largos días de continua lluvia. En estos casos, ya durante el mes de septiembre, había llovido con cierta intensidad y las labores de la recogida de la uva se ralentizaban y se resolvían con muchísimas dificultades, ya que se hacía imposible incluso entrar en la viña, no solo con carruajes sino incluso a pie, pues las “pergañas” que se adherían al calzado no permitían el moverse por encima de las blancas albarizas o los más oscuros barros.
Las mayores escorrentías se producen cuando la tierra ya está “empapada” y no es capaz de absorber más agua. Las fuentes y los arroyos manan el agua que ya les sobra de sus repletos acuíferos mientras persiste una lluvia de cierta intensidad, toda ella va directamente al cauce. Se tiene que producir esta situación para que el río se desborde.
Al parecer, estamos en uno de esos periodos claramente recurrentes en los que es la sequía, y su falta de lluvias, la que agobia a muchos ciudadanos de toda España y no solo por los problemas que acarrea a la agricultura, sino incluso a las poblaciones, pues la falta de abastecimiento de agua potable ocasiona gravísimos problemas, incluso sanitarios, en la rutinaria vida de los ciudadanos.
Muchos recordarán la última etapa de sequía, que se produjo entre los años 1991 y 1995. Durante ese tiempo, además de perdidas de cosechas, se hicieron habituales los cortes de agua potable durante horas en la mayoría de municipios de la provincia de Cádiz. En Chiclana se hicieron algunas perforaciones para ayudar a la escasa agua que se nos suministraba por el Consorcio de Aguas de la Zona Gaditana. Los ciudadanos colocaron infinidad de depósitos en las azoteas y se hizo costumbre introducir ladrillos en el interior de las cisternas, con lo cual se reducía la cantidad de agua que se consumía al tirar de la cadena. En Cádiz se llegó a utilizar agua transportada por barcos desde Huelva.
Aunque muchos profetizaban que la situación era irreversible, debido a los cambios del clima, la realidad fue que en el otoño de 1995 comenzó a llover con intensidad, por lo que se dio como finalizada la etapa de sequía y se acabaron las restricciones de agua, al menos hasta hoy, así llevamos 22 años.
Las condiciones actuales del Consorcio de abastecimiento a la Bahía gaditana son mucho mejores que las existentes en 1995, pues desde entonces a la actualidad se han puesto en servicio el embalse de Guadalcacín II y el trasvase del Guadiaro-Majaceite.
¿SABÍAS QUÉ?
- El embalse de Guadalcacín II comenzó a almacenar agua a finales de 1995, coincidiendo con la terminación de la sequía, tiene una capacidad de 853 hectómetros cúbicos. Está situado a 150 metros del Guadalcacín I, que tan solo tenía capacidad para 76 hectómetros, al cual inunda.
- El Trasvase Guadiaro-Majaceite consiste en un túnel de 12.200 metros y una sección circular de 4,20 metros de diámetro. El caudal total de agua que se puede transportar es de 110 hectómetros cúbicos anuales.
- En estos momentos, los embalses que proporcionan agua al Consorcio de abastecimiento a la zona gaditana tienen 55 hectómetros cúbicos en el pantano de Los Hurones, el 55 por ciento de su capacidad, y 356 en Guadalcacín, al 42 por ciento de su capacidad.
- El consumo de los 18 municipios que forman el Consorcio de abastecimiento a la bahía gaditana es de 80 hectómetros cúbicos anuales. De estos, el consumo anual de Chiclana ronda los ocho.